HOMENAJE A MI QUERIDO PROFESOR DE LA PREPARATORIA, EL DR. MIGUEL VALDES MIER.
DR. MIGUEL VALDES MIER, PRESIDENTE
DEL GRUPO DE PSIQUIATRIA DE CUBA.
Mi estimado profesor, hoy pensaba que el 2 de Diciembre, de cada año, nosotros los cubanos rendimos homenaje a nuestros medicos, aunque un poco tarde se me ha ocurrido publicar estas líneas en honor a Usted. No escribire aqui, dentro del contexto, su nombre, aunque aparece como pie de la foto que acompaña mi nota, porque prefiero guardar el espacio, como siempre me aconsejaba mi querido padre:
“Habla del milagro y deja al Santo tranquilo”.
Mi admirado profesor, lo conocí impartiendo lecciones en una antigua y destartalada casona de la Habana Vieja, cuando yo era apenas un jovenzuelo,
que realizaba mi servicio militar como alistado en la Marina de Guerra, y como tantos otros casi analfabeto.
Hoy, 54 años después, tras de haber cursado dos licenciaturas
universitarias y numerosos post grados, quiero publicar estas notas
de mi intimidad como merecido homenaje a Usted.
No me voy a emocionar mucho más, pues bastante emocionado estoy ya
solamente con pensar en hacerlo.
que realizaba mi servicio militar como alistado en la Marina de Guerra, y como tantos otros casi analfabeto.
Hoy, 54 años después, tras de haber cursado dos licenciaturas
universitarias y numerosos post grados, quiero publicar estas notas
de mi intimidad como merecido homenaje a Usted.
No me voy a emocionar mucho más, pues bastante emocionado estoy ya
solamente con pensar en hacerlo.
Recuerdo el día que lo volví a encontrar, en el Ministerio de Salud Pública, donde yo en calidad de Asesor de la T.V., dirigía una reunión en la que usted participaba.
Habían pasado casi 25 años y lo reconocí solamente por su profunda voz, que tantas veces me guio durante mis estudios.
Usted me reconoció erroneamente, creyendo que yo era uno de sus pacientes, admirado de la mejoría de mi salud mental y la capacidad de dirigir aquella reunión.
Algo demasiado importante para mí, que no alcanzaba, sobre la base de mis conocimientos, la altura de las suela de sus zapatos.
Usted me reconoció erroneamente, creyendo que yo era uno de sus pacientes, admirado de la mejoría de mi salud mental y la capacidad de dirigir aquella reunión.
Algo demasiado importante para mí, que no alcanzaba, sobre la base de mis conocimientos, la altura de las suela de sus zapatos.
! !! Qué vergüenza mi querido Maestro, yo asesorándolo a Usted!!
Cosas de la burocracia que no respeta ciertos valores, sobre todo si son difíciles de apreciar cuando no se posee la información necesaria.
Hoy quiero decirle algo que nunca le dije por temor a su irónica sonrisa, casi siempre
presente.
En aquella época era Usted un estudiante universitario que cubría la cotidianidad de sus gastos con l;os honorarios que recibía por sus actividades docentes, de las cuales era yo un beneficiario absoluto.
Jamás le dije que usted era el ejemplo que me inspiró a redoblar mis esfuerzos para llegar a las aulas universitarias, sin haber regresado jamás, ni siquiera por simple cortesía a contarle el rol que usted había jugado en mi vida.
Hoy no puedo dejar de hacerlo, especialmente ahora que estamos tan lejanos uno de otro.
Le digo todo lo anterior porque creo necesario lo sepa allí donde se encuentre ahora, pues no estoy seguro cuando lo volveré a encontrar. Pero de lo que estoy absolutamente seguro es que donde sea y en el momento que sea, usted seguirá siendo mi ejemplo, aunque ya la nieve de muchos inviernos han cubierto mis cabellos de forma irreverente para mi septuagenaria juventud.
Que el Universo premie su sabiduría y su dedicación a formar a otros jovenes profesionales.
Su alumno de los principios de la década de 1960.
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