Aji Guaguao


Hablando de mi vida pinera, casi como decir mis primeros pasos por el mundo,recuerdo que cuando mi madre me bañaba me paraba encima de una mesa para secarme yo cantaba algo así como "Guajira tatanamera..." una versión muy infantil de la famosa canción de Joseito Fernández, a quien en ni adultez tuve la dicha de conocer personalmente, popularizada por el norteamericano Peter Seeguer.
Se pueden imaginar que edad podía yo tener para ser secado encima de una mesa, y no sólo eso, recuerdo además mi primera lección de inglés, cuando al regreso con mi padre de la barbería donde me llevó a cortar el pelo, mi madre me sentó encima de su vientre y yo le dije “se me olvidó mi sombrerito en la barbería”, y ella me rectificó diciéndome que repitiera "I forget my little hat at the barber shop".
Más tarde mi abuelo Ramón me enseñó una frase del mallorquín que sonaba más o menos "Secce jugge manyent felde d'un peñat", muchas veces llamaba mi atención con aquello de "Look Out", advirtiéndome de un inminente peligro para un niño pequeño como era yo.
Mi abuelo, a quien llamábamos "Guiugui', por su costumbre de silbar cuando llegaba a la casa, era toda una fuente de comentarios que iban más lejos de lo comprensible para nosotros los niños, cuado nos decía: “Todavía durmiendo, hum…están como los que sólo saben gritar Camaradas! pero no trabajan”, frase que los domingos era más amable para decirnos “Levántese Señor Conde que la Condesa se levantó” y continuar con una poesía de su inspiración.
Pienso que de estas experiencias salieron algunas actitudes que hoy se reflejan en mi vida, como el gusto por los idiomas extranjeros, el cultivo de la poesía y mi desconfianza cuando oigo eso de Camarada sustituido en Cuba más tarde por “Compañero” y cerca del “ Cari Compani” italiano.
Uno o dos años más tarde, en mi aprendizaje lingüístico, sucedió algo que afortunadamente no he olvidado.
Tenía mi madre una hermana muy joven, Rosario, que además de ser mi tía era mi madrina, un personaje que siempre navegó contra todas la normas sociales habidas y por haber, y que en la mitad de su vida emigró a Miami, no se sabe si por motivos políticos, económicos o simplemente para dejar atrás las reglas familiares que de todas maneras siguieron sus huellas después.
Esta madrina mía un día me dio una lección de de español, que todavía a estas alturas no he olvidado, no por sus enseñanzas sino por la consecuencias de mi aprendizaje.
Un largo rato después de la lección de mí tía, llegó mi madre. Sorprendido por su inesperada aparición, haciendo gala de la buena memoria que siempre me ha caracterizado, la saludé con una frase condimentada con mi nuevo vocabulario que estaba ansioso por estrenar.
Mi madre se limitó a mirarme extrañada y sin decirme nada me tomó de la mano y me llevó al portal del bungalow donde vivíamos, me sentó en sus piernas y me preguntó dónde había aprendido aquellas palabras con las cuales la saludé.
Le conté que mi tía Rosario me las había enseñado y me pidió le dijera todas las que recordaba.
Creo, pues no recuerdo exactamente, haberle dicho tres o cuatro de mis nuevas palabras y me dijo " mira yo sé más palabras que tú", y comenzó a decírmelas una por una, al tiempo que me preguntaba si había oído bien y si las recordaba.
Yo orgulloso de tanto que había aprendido le dije que sí que ya las sabía todas y las podía recitar.
Fue en ese instante que la magia del momento desapareció con una seria advertencia, y con voz muy queda me dijo:

” Oye bien, si las repites te voy a arrancar la lengua!!

Se podrán imaginar el susto que me dio oír aquello, pero lo cierto fue que un día mientras sostenía uno de mis habituales combates con mi hermano Ramón, le dije sin pensarlo una de aquellas palabras que me parecía mas fuerte de todas:
“ ¡Cojo….s! “
Mi madre, que estaba cerca como siempre, sin decirme nada me tomó por la mano, se
aproximó a una cerca, donde estaban sembrados los pequeños ajíes picantes que ella utilizaba para hacer sus encurtidos, y tomando uno en la mano me lo restregó por los labios que me picaron enormemente y de inmediato se hincharon como si fueran dos tajadas de mamey.
Eran ajíes picante conocidos como “ Guaguao” y por otro nombre que no quiero repetir porque todavía me acuerdo y me da picazón.
Pensando estoy en lo popular que en los últimos tiempos, tanto en Cuba como en otros países que he visitado, las palabras gruesas se repiten por chicas y chicos de forma increíble e innecesaria, como si fuera la única forma de reafirmar sus palabras o su personalidad.
En Cuba, al menos hasta 1990, que viajé al exterior para no regresar, era realmente desagradable oír por todos lados las palabrotas altisonantes, que he escuchado en grabaciones de programas cubanos de televisión que he recibido por acá, y qué decir de España donde hay una emisión de TV que la narración del individuo que la realiza se caracteriza precisamente por su lenguaje irrespetuoso.
En estas tierras todavía es peor la utilización de la famosa palabrada desvirtuada de una autorización de origen real que Wikepedia nos explica así:
En la antigua Inglaterra la gente no podía tener sexo sin contar con la autorización del Rey. Cuando la gente quería tener un hijo, debía pedir permiso al monarca, éste les entregaba una placa para colgar en la puerta de su casa mientras tenían relaciones.
La placa decía en inglés:
Fornication under Consent of the King. (F.U.C.K)

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Hola, sabe donde pudiera conseguir semillas del aji guaguao??? Gracias.

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